domingo, 24 de marzo de 2013

El pescador más viejo de Honda Por Simón Posada Tamayo


A sus 82 años, Miguel de los Santos Prada puede decir que ha pescado en todos los ríos de Colombia.

Miguel de los Santos Prada, el pescador más viejo de ese puerto olvidado del Magdalena, describió con toda naturalidad una imagen que sólo podría hacer parte de una película. Y no de cualquier película. Quizá de Apocalypses Now. O de Holocausto Caníbal. O de un libro, El corazón de las tinieblas. O de Meridiano de sangre. O, incluso, uno podría pensar de inmediato en uno de los grabados que Gustave Doré hizo sobre el viaje de Dante por el Infierno. Sus historias en los grandes ríos de Colombia -del Amazonas al Magdalena- se pueden clasificar con ese término manido del realismo mágico, de los tiempos en que "el mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
-¿Cuál ha sido la ocasión en que ha sentido más miedo en los ríos de Colombia?
Una vez, más abajo de Badillo, en el departamento de Magdalena, llegamos a un retén llamado Paloblanco, y nos encontramos con que las piedras que se veían en la orilla del río eran calaveras de seres humanos, y se movían con las olas que hacía el barco.
-¿Calaveras humanas? ¿De quién?
Yo creería que eran cabezas de liberales. El país estaba manejado por un régimen conservador y ellos se inventaron eso, las decapitaciones, y el corte de franela [Harvey, uno de los estudiantes, que también es pescador, a sus catorce años, hizo en ese momento un signo de horror cuando vio a Miguel cortarse el cuello con su dedo índice]. En esa época -1955- decapitaban a la gente y la tiraban al río. Era un pedregal de cabezas. Durante cinco, diez minutos, navegamos delante de calaveras en la orilla. Eso era una escena espantosa.
-¿Y usted era liberal o conservador?
Liberal, porque mi mamá me enseñó así. Ella se vestía de rojo, hablaba muy bien en público. Todavía recuerdo una moña grande roja que se ponía en la cabeza para ir a votar. Hoy en día ya no soy nada.
-¿Por qué dejó de ser liberal?
Porque los políticos fueron los que se inventaron el sicariato.
-¿Y alguna vez corrió peligro por sus creencias políticas?
Sí, a mí me desplazaron. Mi mamá ya había muerto y yo vivía con unos amigos, la familia Díaz, en Yeguas, aquí cerca de Honda. Todo pasó una noche: estábamos pescando en la orilla. Hacíamos un lance, poníamos el chinchorro [-que es una especie de red de hasta 350 m de largo-] y nos echábamos a dormir un poquito. Pero de un momento a otro oímos un quejido y un tropel de gente en la orilla, río abajo. Alguien nos gritó "están matando a Víctor Triana", otro pescador liberal. Entonces nosotros fuimos a la casa, sacamos a los viejitos que vivían con nosotros, y nos escapamos a La Dorada en las canoas. Allá llegamos sin ropa ni nada.
-¿Cuántos días estuvieron en La Dorada?
43 días, hasta que decidimos regresar a la casa a ver qué podíamos rescatar de comida y de ropa. Eso fue pavoroso. Llegamos a la casa y los animales lo veían a uno y salían corriendo de huida. Para coger cuatro gallinas nos tocó matarlas a garrote, y un pisco.
-¿Por qué huían los animales?
El animal se vuelve silvestre al sentirse solo. Ya 45 días aguantando hambre los animalitos, sin verlo a uno, eso es natural. Y le cogen miedo a los humanos.
-¿Qué perdieron?
Nosotros decíamos que éramos ricos en esa casa, porque no nos faltaba nada. Teníamos pescado, plátano, de todo. Y cada ocho días íbamos a vender nuestras cosas para comprar lo que no podíamos producir: café, sal, cebolla, arroz, azúcar, panela.
-En esa época no había aceite. ¿Cómo cocinaban entonces?
Usábamos el aceite del pescado. Abríamos el pescado, le sacábamos las vísceras y le quitábamos con cuidado la grasa, los gordos. Eso lo freíamos y lo guardábamos para cocinar. Todo termina por saber a pescado, el arroz, el huevo.
-¿A qué edad empezó a pescar?
Empecé a los doce años. Me llevaban al río de "corinche", así les decían a los cocineros de los pescadores, porque así también les decían a los cocineros de los obreros que construyeron el ferrocarril.
-¿Usted recuerda el primer pescado que sacó en su vida?
Yo no me acuerdo, porque no saqué uno, sino muchísimos. Pesqué fue cantidades. Lancé la atarraya y en el primer lanzamiento agarré doscientos nicuros, esos pescaditos chiquitos que preparan en sudado. Mi primer día de pesca fue en una subienda. Éramos seis pescadores en tres canoas, y nos vinimos de Flandes a un sitio lejos, río abajo, hacia un lugar llamado Bizcochuelo.
-¿Cuál ha sido el pescado más grande que ha tenido entre las manos?
Muchos. Un día ayudé a sacar un valentón en el Putumayo, que también se conoce como bagre laulau, que puede llegar a pesar 300 kg. También saqué un pirarucú, en el Amazonas, de ocho arrobas [cien kilos]. Cerca de Leticia llegué a ver pirarucús de 24 arrobas [trescientos kilos]. Pero con anzuelo, que uno pueda decir que haya peleado con el pescado, fue un bagre de 76 libras, aquí en Caracolí, donde quedan las bodegas de pescado de Honda. Duré luchando con él de quince a veinte minutos. El bagre se cansa rápido. Ese animal jala duro, entonces hay que aflojarle el nylon y recobrárselo hasta cansarlo. Eso es un manejo: jale y afloje. Y si él jala uno lo afloja, y si afloja, uno lo jala, hasta que el pez se cansa y termina en la canoa.
-¿Con qué pescaban en esa época?
Con anzuelo, con chinchorro, que es una red larga, y con atarraya.
-¿Cómo era su ropa de trabajo?
En esa época no se usaban pantalonetas de baño, sino chingas, una franja de tela que uno amarraba con un nudo de la misma tela. Era una especie de falda abierta por abajo. Y las mujeres usaban chingue, que era un vestido largo, entero. Pero ellas no pescaban.
-¿Alguna vez ha estado a punto de morir en el río?
Yo tuve tres o cuatro naufragios buenos, en los que perdí todo. El más fuerte fue allá mismo donde me iban a matar por liberal, en Yeguas, como a la una de la mañana. No nos ahogamos porque no era el momento de morir. Íbamos en una canoa, y en ese punto había una moya (un remolino). Nos levantó la canoa y nos tocó echar brazo, encontramos cada uno un pedazo de palo y nos montamos ahí hasta poder llegar a la orilla.
-¿Lo salvó el Mohán? ¿Usted lo ha visto?
No, no me salvó el Mohán, pero yo sí lo he visto muchas veces. Lo tuve de cerca, dígase, por ahí a unos quince metros. No nos esperó más.
-¿A quiénes no los esperó? ¿Usted iba con más gente?
Sí, éramos una cuadrilla de pescadores con un chinchorro. Yo no sé para qué nos esperaba, para que lo viéramos posiblemente, porque cuando ya nos le íbamos arrimando mucho se lanzó al río.
-¿Cómo es el Mohán?
El Mohán es una persona. Lo vimos acurrucado en un peñón. Es de color rojizo, de pelo muy mono, le brilla el pelo como le brilla el oro. Es muy velludo. Y lo vimos varias veces, ahí, en el mismo sitio, y a veces él se portaba repelente con uno. Uno veía el cardumen de pescado y le echaba la red y no cogía nada, hasta que uno se cansaba. Yo no sé por qué él hacía eso, no sé si era jugando o era peleando. Pero después de joderlo a uno y mandarlo a la casa cansado y sin plata, uno volvía al otro día y con un solo lance ya sacaba la pesca de un día.
-¿Qué otros personajes vio además del Mohán?
A la Patasola. ¡Yo la vi! Yo vi a la hembra. Yo iba en compañía de otro amigo, que era muy buen amigo conmigo, pero era muy irrespetuoso, muy atrevido con las mujeres. Él pasaba al lado de una y tenía que manosearla. Esa noche salimos del cine y nos fuimos para una taberna. Estaba todo claro, porque se veían todas las luces del pueblo, cuando de pronto salió una muchacha alta, con vestido negro. Él de una vez me dijo "¡huy!, hay ganado nuevo". Yo me paré a la derecha y comencé a insistirle, "camine hombre", pero no y no, y cuando ella intentaba venirse por acá, él le salía al encuentro, y ella se devolvía, y en ese ajetreo yo me cansé de convidarlo y lo dejé.
-¿Cómo era su cuerpo?
A mí me pareció muy bonita, tenía un cuerpo muy escultural. Dicen que la Patasola no camina, sino que anda por el aire. Pero yo no vi cómo se movía. Para serle sincero, yo estaba embelesado mirando el tipo de mujer. ¡Es que era una mujer muy esbelta! Pero bueno, yo me fui, me tomé unas Bavarias, amanecí, y al otro día el papá del muchacho vino a preguntarme por él. Yo le di todas las explicaciones y nos fuimos a averiguar. Estaba en el hospital estaba. Lo encontraron cerca de donde construyeron a Bavaria en Girardot, en una trocha. Le cuento que eso daba pavor mirarlo. Le arañó todo el cuerpo. Yo supe toda la historia. Él estuvo siete días inconsciente y me contó todo cuando despertó. Tenía la ropa despedazada. No le dejó parte sana, hasta la cara se la desfiguró por completo. Agarraba las matas y con eso le pegaba.
-¿Cómo era la cara de la Patasola?
Mi amigo me contó que estuvieron ahí mucho rato, correteándose, hasta que ella se le arrimó y se le reveló. Se transformó en una calavera, en un monstruo. Él se acuerda que ella arrancó una mata y lo agarró a cuero y le dijo "esto es para que respete a las mujeres".
-Bueno, con esas historias tan sorprendentes que cuenta del pasado, supongo que es difícil que se sorprenda con cosas del mundo moderno. De todas formas, ¿cuénteme cuál es el invento que más le sorprende?
La televisión, que es la diversión más popular que hay en nuestro país, y también la corrupción más grande.
-¿Por qué?
Hay programas buenos, pero muy poquiticos. De cultura. Yo por lo menos no soy capaz de mirar novelas. Sólo Café con aroma de mujer, La hija del Mariachi, y ahí está el detalle, a la juventud no le gusta eso, donde no haya violencia, donde no haya plomo, donde no haya nudismo.
-¿Y qué sabe usted del Internet?
Con el Internet yo he visto tres, cuatro, cinco jóvenes entre niñas y niños, jóvenes, muertos de la risa viendo un programa a la una de la mañana, muertos de la risa... ¡Miran PORNOGRAFÍA!, miran cómo se hace el amor de mil maneras.
-¿Cuál fue la primera mujer que vio desnuda?
M. S. P.: Una china llamada Yineth. No sé si está viva. Eso fue por ahí entre los 17 años.
-¿Qué le gustó de ella?
De ella me gustó todo. Desde su manera física hasta su manera de ser. Era una muchacha de 1.60 mts de estatura, fornidita, trigueña, de pelo muy largo, muy abundante de cabello, negro. En ese entonces la mujer toda, por naturaleza, por lo general eran muy abundantes de cabello.
-¿Recuerda a qué olía?
Olía a mujer.

Por Simón Posada Tamayo.
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
17 de octubre de 2012
Autor
Por Simón Posada Tamayo.
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12309694

sábado, 23 de marzo de 2013

Cuidado con el Arrancaplumas ! (Mientras en Honda es un puerto, en Pandi es un lugar de chismes y consejas)


Frente a los samanes y las acacias de barba, y tan pronto como empieza a caer la noche, los cuatro escalones de la casa de doña Adela empiezan a ser ocupados por hombres prestantes y campesinos humildes de Pandi. Las escalinatas bordean la vieja edificación esquinera, donde, durante el día, las vendedoras de frutas y arepas descansan de cuando en cuando.

El sitio, en este municipio cundinamarqués, a 102 kilómetros de Bogotá, es más popular que el mismísimo Puente Natural, a pocos metros de allí, sobre el río Sumapaz, en límites con Icononzo (Tolima); porque es allí donde se raja de todo el mundo .
Curiosamente, y como desafiando aquella supuesta ley que dice que el chisme es patrimonio de las mujeres, en Pandi el chisme es cosa de hombres.
Son ellos los que, todos los días, de 7 de la noche a una de la mañana, se reúnen bajo el alero de la vieja casona para pelar del prójimo. El lugar tiene un calificativo que trasluce la magnitud de los comentarios que allí se cuecen: El Arrancaplumas .
En ese rincón de la plaza central han muerto , por obra y gracia de los desafueros de la palabra, los más dignos representantes de la sociedad pandinense, y han resucitado otros que hace tiempo están bajo tierra. Las más descueradas , no obstante, han sido las mujeres.
Aun cuando en la localidad existen dos peluquerías lugares en donde, usualmente, además del corte de cabello se trasquila de la gente, el sitio destinado a la comunicación de bajo vuelo, en Pandi, es El Arrancaplumas .
Pero es que, además, el propietario de uno de esos salones de corte de cabello, Guillermo, un señor de poco más de 53 años, es sordomudo. El otro, Diógenes, tiene como clientela a jóvenes y jovencitas que invierten el tiempo en discutir los últimos alaridos de la moda antes que en los deslices amorosos de misiá fulana .
Muerto prestado El Arrancaplumas es como dice Gustavo Beltrán, profesor del Colegio Departamental Nacionalizado Francisco José de Caldas la plataforma del chisme , en un pueblo cuyo casco urbano no pasa de tres calles y tres carreras.
Pero, por fortuna, los comentarios que allí se cocinan muy rara vez han ocasionado tragedias que lamentar. Tan solo hace cosa de siete años, dice Beltrán, un muchacho fue muerto en el lugar, durante una riña con otro, por quién sabe qué chisme .
Y éste, además, ha sido uno de los pocos casos violentos que se han presentado en los últimos años en la pequeña localidad de la provincia del Sumapaz.
Durante el año que yo llevó aquí comenta el alcalde Joaquín Carrillo sólo se han presentado tres peleas; de ellas, dos fueron protagonizadas por gente que no era de acá .
Al único puesto de salud de la cabecera municipal llegan, excepcionalmente, personas con heridas provocadas por accidentes caseros, o casos de embarazo. A esto se reduce la tarea del centro asistencial, en un pueblo donde según sus habitantes el promedio de vida de la gente es de 80 años.
Aquí dice el profesor Beltrán la gente se muere de vieja . Y remata su comentario con un chiste fabricado en las escalinatas de El Arrancaplumas : dicen que para inaugurar el cementerio del pueblo tuvieron que traer un muerto de otra parte .
Lo cierto es que por las calles y caminos de la tranquila población se pasean los ancianitos, vigorosos todavía, empuñando si acaso un bastón que les ayuda a caminar.
La localidad tiene 5.500 habitantes, el 60 por ciento de los cuales de acuerdo con estadísticas de la alcaldía son mayores de 40 años. Por su agradable clima, 24 grados centígrados, y la tranquilidad que se respira, el municipio ha sido escogido, últimamente, como refugio de pensionados.
Al buen clima según Carrillo se agregan otros dos factores: su cercanía con Bogotá y la saturación de poblaciones turísticas como Melgar y Chinauta.
Estas ventajas han disparado, en los últimos años, el valor de la tierra en la población. Hasta hace dos años, una hectárea valía entre 600 y 700 mil pesos. Hoy, en cambio, cuesta hasta tres y medio millones de pesos.
La gente dice que sólo una vez al año El Arrancaplumas no es frecuentado. El 6 de agosto, Fiesta del Señor de la Salud. Para esa fecha, el municipio recibe gran cantidad de turistas que vienen a orar por su salud o la de sus seres queridos. Es tal el número de visitantes, y tan pequeño el pueblo para acogerlos, que es necesario cerrar las entradas y no permitir el ingreso de vehículos.
Pero al siguiente día, los señores de El Arrancaplumas continúan la tarea de descuerar a vivos y muertos, derrumbando, de paso, aquella vieja creencia de que el chisme es cosa de mujeres.
Cámbulos y gualandayes El 15 de julio de 1793, el español Juan Agustín de Chávez fundó la Parroquia de Blancos de Pandi. El pasado sábado, los habitantes celebraron, por todo lo alto, los 200 años de esta pequeña población, al occidente de Bogotá.
El municipio es dueño de un gran potencial turístico: el Puente Natural sobre el río Sumapaz, en límites con Icononzo (Tolima); las Piedras de El Helechal, con grabados de los antiguos pobladores; la Piedra del Equilibrio, a cinco kilómetros de la cabecera municipal, y la piscina de aguas azufradas, a orillas del Sumapaz.
Además, su vegetación, inmortalizada por la famosa canción que dice Camina mi amor, camina/ Camina conmigo a Pandi/ Ahora que están floreciendo/ Cámbulos y gualandayes.
Aunque el fuerte económico de la localidad fue el café y la caña de azúcar, estos cultivos han sido sustituidos, últimamente, por cítricos y guanábana.
Se han ampliado tan ostensiblemente estas siembras que, en este momento, ya hay varias industrias frutícolas interesadas en montar sus plantas en el área de Pandi , dice el ingeniero forestal Jorge Alberto Solano, natural del municipio.
Publicación
eltiempo.com
Sección
Otros
Fecha de publicación
23 de julio de 1993
Autor
NUBIA CAMACHO B
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Tomado de:
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-176894

sábado, 16 de marzo de 2013

Un rincón evocador en Anaime, Tolima Homenaje a Pepe Cáceres. Por Olga Lucia Garzón Roa


La finca Campo Pequeño, que un día fue sitio de descanso del matador, hoy es un museo.


Después de 21 años de su muerte, el recuerdo de Pepe Cáceres, el  torero tolimense adorado por el mundo, sigue intacto en la hacienda Campo Pequeño, ubicada en el Cañón de Anaime (Cajamarca, Tolima).
Quienes lo conocieron dicen que pocos días antes de recibir las heridas que le causó el toro Monín, en la plaza de toros de Sogamoso, y que  significaron su muerte, Cáceres había anunciado que su carrera pronto terminaría, se dedicaría a su familia y a la ganadería en Campo Pequeño, una finca copiada de un cortijo español, donde el diestro crió los toros que hasta hace 21 años animaron las temporadas en Bogotá, Cali, Manizales y Medellín.
Era el sitio predilecto de Cáceres. Allí iba a descansar después de arduas y agotadoras temporadas. Tras su trágica desaparición, la hermosa casona fue abandonada por los familiares del diestro, hasta el año 2000, cuando la adquirió Jaime Cáceres, un abogado tolimense que se interesó por su recuperación. “Cuando la compré estaba deteriorada, empolvada, carcomida por la polilla e invadida por la maleza”, recuerda Jaime. Comenzó una ardua labor: sacudir el polvo, quitar las telarañas, barrer hasta el último rincón, restablecer el lugar y desenterrar a Pepe Cáceres a través de sus pertenencias y las huellas que seguramente todavía permanecían en el lugar.
Aunque no es amante de los toros ni familiar del torero, este tolimense decidió rendirle un homenaje al Tolima, a Colombia y al mismo matador, reviviendo los recuerdos que se encontraban desamparados dentro de la casona y compartiéndolos con los seguidores del diestro. “Dejé todo como estaba porque creo que los aficionados a la tauromaquia y quienes admiraron a Pepe Cáceres merecen conocer de cerca, tocar, jugar con el capote y hasta ponerse el traje de luces de Pepe para fotografiarse”, dice el abogado.
Sólo hace unos meses se comenzaron a recibir los primeros visitantes, amantes de lo que representó el matador, pero el objetivo de Jaime Cáceres es abrir el museo para que el público pueda concurrir de manera permanente.
Los visitantes pueden evocar la memoria de Pepe, conociendo de cerca desde su partida de nacimiento hasta su acta de defunción; su traje de luces, que se sostiene impecable en un perchero, la espada que utilizó para matar a los toros y las cabezas de algunos de estos animales.
Su cama, su camándula, que cuelga sobre la cabecera; los muebles, la vajilla con su marca personal, pergaminos y fotos como la del día que recibió la alternativa en Madrid y la de la inauguración de la plaza de toros Pepe Cáceres en Ibagué y la del día cuando fue corneado hacen parte de la muestra.

Dentro de las 340 hectáreas de tierra de la casona, Pepe Cáceres construyó la plaza de toros donde los visitantes se deleitan con pequeñas corridas, protagonizadas por toreros principiantes o experimentados que hacen demostraciones categóricas ante poco público.
La finca ya hace parte de la ruta turística que diseñó la Cooperativa Agroindustrial y Turística de Anaime para recuperar la zona. Para llegar al museo se va desde Ibagué sobre la vía Panamericana hasta Cajamarca y de allí, pasando por el corregimiento de Anaime y la vereda Potosí, una hora por carretera destapada. Durante el recorrido se puede apreciar el verdor de las montañas, la imponente palma de cera y se puede gozar de tranquilidad y un clima fresco.
Pepe Cáceres
José Humberto Eslava, nombre auténtico del torero colombiano Pepe Cáceres, lidió más de 5.000 toros en sus 31 años como matador. Nació en Honda, norte del Tolima, el 16 de marzo de 1935, y vistió por primera vez el traje de luces el 12 de agosto de 1953 en la plaza de toros de Manizales.
Empezó su vida de torero con el nombre artístico de Joselito Eslava, llegó a España en 1955 y debutó en la plaza de toros de Málaga. Confirmó la alternativa en la plaza de toros de Madrid el 1 de mayo de 1957, acompañando en el cartel a Antonio Chenel Antoñete.
Murió el domingo 20 de julio de 1987 a sus 52 años de edad, como consecuencia de las heridas que le causó el toro Monín, después de recibir una cornada que le destrozó un pulmón y le causó fracturas múltiples de esternón y costillas, además de otras graves lesiones internas. Los médicos que le atendieron explicaron que la insuficiencia respiratoria del diestro fue irreversible.
Pepe Cáceres murió en la clínica Santa Fe de Bogotá, tras una agonía de 27 días y después de varias intervenciones quirúrgicas y toda la asistencia de la unidad de cuidados intensivos.
Después de una segunda intervención quirúrgica en Bogotá, tras una primera practicada en Sogamoso, Cáceres despertó, pidió papel y lápiz, dado que no podía hablar, y preguntó: “¿Maté al toro? ¿Me dieron las orejas? ¿Ya pagaron a las cuadrillas?”. El miembro de la cuadrilla al que hizo estas preguntas le respondió afirmativamente, aunque Cáceres no llegó a matar al toro. La faena con Monín, segundo de la tarde, tuvo que ser terminada por el español Antonio José Galán, con grandes dificultades. Posteriormente, Galán afirmó que el toro ya había sido toreado.
Por: Olga Lucía Garzón Roa/ Ibagué.
Tomado de:
http://www.elespectador.com/impreso/nacional/articuloimpreso-homenaje-pepe-caceres

Entre las mafias de los 'Comba' y Víctor Patiño Fómeque Una guerra de 500 muertos. Por María del Rosario Arrázola


Desde que regresó al país, alias 'El Químico' ha desatado una venganza contra sus exsocios que tiene en alerta a las autoridades.

“Esta es mi guerra”. Con esta escueta frase define Víctor Patiño Fómeque la cruzada criminal que hoy lidera contra la red de mafiosos que casi una década atrás acabó con más de 30 miembros de su familia: la banda de los hermanos Luis Enrique y Javier Calle Serna, conocidos como Los Comba, que aglutina a los llamados ‘Rastrojos’, con extensiones en Nariño, Cauca, Valle, Antioquia, Cundinamarca, Chocó, Bolívar y Norte de Santander. Esta vez Patiño Fómeque no quiere enfrentar al Estado o a la guerrilla. Únicamente saciar una sed  de venganza para cerrar su capítulo pendiente en el mundo del hampa.
El regreso de Patiño Fómeque a la guerra intestina de los carteles de la droga, asociado además al incremento de la violencia en el occidente del país, tiene a los organismos de inteligencia en estado de alerta. Según informes preliminares, se cree que Patiño se mueve en la frontera con Ecuador y desde esta región está empeñado en obligar a los Comba a salir de sus refugios. Por esta razón, si se suma la persecución del Estado y la justicia norteamericana, hay quienes creen que los hermanos Calle están tratando de negociar su entrega.
Más allá de la reedición de la violencia entre bandas criminales en el Valle o Nariño, se advierte la historia de uno de los capos más poderosos de la historia del narcotráfico en Colombia. Nacido en Honda (Tolima) en enero de 1959, a sus 18 años ingresó a la Policía en calidad de agente auxiliar, pero a partir de 1979 pasó a integrar el F2 de inteligencia en el puerto de Buenaventura. Quienes han documentado su derrotero criminal sostienen que fue uno de los más avezados policías en esta zona, hasta que decidió retirarse en 1985 para emprender dos destinos: primero, como representante de orquestas, y luego, como socio del narcotráfico.
Como conocía muy bien los secretos del puerto sobre el Pacífico, entró a trabajar inicialmente con José Santacruz Londoño, alias }, pero rápidamente se unió a dos de los capos del norte del Valle: Iván Urdinola y Orlando Henao. Con ellos se transformó en la pieza clave para coordinar los embarques de cocaína hacia Estados Unidos y Europa, al tiempo que cumplió labores como gestor de una red de sicarios para eliminar enemigos de su negocio e investigadores de la Armada que se atrevieron a indagar sus pasos. Asimismo, apareció involucrado en montajes contra oficiales de inteligencia, para desacreditar sus investigaciones.
Después de casi una década de impunidad, cuando se desató la ofensiva del Estado contra los carteles de Cali y norte del Valle, a mediados de los 90, Patiño Fómeque se entregó a la justicia en junio de 1995 y en poco más de dos años pagó condenas por narcotráfico y enriquecimiento ilícito. Al recobrar su libertad volvió a sus andanzas, fue detenido y extraditado a Estados Unidos en 2002. Sus delaciones provocaron la ira del nuevo capo Wílber Varela, alias Jabón, otrora jefe de sicarios de Orlando Henao. Y Jabón, a través de sus gatilleros Los Comba, ordenó aniquilar a la familia de Patiño. Más de 30 cayeron.
En junio de 2010, Víctor Patiño Fómeque cumplió sus deudas con la justicia de EE.UU. y al regresar a Colombia decidió poner en marcha su guerra pendiente. Buscó a un antiguo aliado, Martín Fernando Barón, alias Martín Bala. Éste a su vez empezó a reclutar exparamilitares o integrantes de la banda de ‘Los Urabeños’. El resultado fue el reciclaje de la guerra entre los antiguos socios del cartel del norte del Valle. “La cifra de muertes ha aumentado dramáticamente. Esta es una guerra silenciosa que no acapara titulares de prensa, pero creemos que entre bando y bando se pueden contar unos 500 muertos”, comentó a El Espectador un oficial de inteligencia.
La idea de Patiño es que todo aquel que proteja o se haya asociado con Los Comba es objetivo militar. Según las autoridades, uno de los centros de operaciones del binomio Patiño-Martín Bala, es el municipio de Yumbo (Valle). Pero la obsesión de Patiño es de tales dimensiones que se ha dado a la tarea de crear comandos en diferentes regiones. Su propósito es borrar todo lo que quede de ‘Los Rastrojos’. Y se dice que la orden de asesinato es extensiva hasta las esposas de quienes se atrevan a colaborar con los últimos herederos del cartel del norte del Valle. La justicia está pendiente de eventuales entregas.
Hoy las autoridades saben que Patiño ha logrado recuperar varias fincas, que anda armado, que lidera unos 1.000 hombres, “que no hay nada que pase en Yumbo que él no sepa” y que la guerra se recrudece cada día. Hace pocas semanas un escolta de Patiño, alias Pillo, fue torturado y asesinado por gente de Los Comba. Fue uno de los últimos en caer en esta guerra fratricida. La orden de Patiño Fómeque, conocido con el alias de El Químico, fue arreciar la violencia en el Valle. Las autoridades les siguen la pista a los hombres de Los Comba y de Patiño. La guerra, dice un oficial, se va a poner peor.
Por: María del Rosario Arrázola.
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Tomado de:

http://www.elespectador.com/impreso/judicial/articulo-313240-una-guerra-de-500-muertos